Decoración minimalista contra las riñas maritales

decoracion contra riñas maritales

Hace algunos años en televisión por cable se transmitía un programa llamado “Recién casados, recién peleados” donde las situaciones por las que los protagonistas discutían eran casi siempre ridículas, resultado quizá, del estrés natural después de la boda, los gastos acumulados y las intromisiones familiares que, sin poder calificar como “normales”, habremos de admitir son típicas.

Cosas como dejar abierto en envase de la pasta dental o demorarse en secar el agua que queda en la regadera luego de darse un baño se convierten –como en el programa– en conflictos de dimensiones desproporcionadas, no porque exista algo de por medio en ellos algo por perder o por ganar –sino por la tensión que surge del proceso de adaptación a la vida en común.

El reto es más que simplemente acostumbrarse a estar con el otro, establecer un orden para las cosas y un itinerario compartido. En un nivel más personal, tiene que ver con enfrentarse a los propios sentimientos de territorialidad y con asumir que la elección de una vida matrimonial implica abandonar ciertos hábitos que se tenían en la soltería con relación al uso del espacio.

Puede ocurrir, por ejemplo, que discutas con tu pareja porque él se empeñe en seguir usando su ropa de cama de Star Wars (o de lo que sea que le guste y por lo que sienta apego) y tú hayas planeado la compra de unas colchas y edredones que ya viste y te encantaron para la recámara de ambos. Lo mismo sucedería si tú decidieras colocar en el cuarto una repisa para tu colección de muñecas asumiendo que a él no debería importarle.

A simple vista, infantil como es, una pelea de este tipo no tendría por qué afectar la dinámica de pareja, pero puede llegar a hacerlo considerando que lo que hay de fondo son sentimientos más complejos, como la incapacidad percibida para organizar y disponer del espacio, representada en el hecho de no poder elegir la decoración o el miedo a no identificar como hogar la nueva casa. Para muchos, una forma de combatir este sentimiento es conservar ciertos objetos, reproducir el orden acostumbrado en la casa familiar o de solteros o mantener algunos rasgos de su decoración anterior.

Todo esto es normal; aferrarse a las cosas que sentimos que nos representan y querer tenerlas cerca es algo que hacemos buscando, a veces inconscientemente, que el espacio privado esté lleno de nuestra energía, gustos e historias. Sin embargo, un nuevo lugar al que se llega de la mano de otro debe desprender la energía de una tercera entidad: no la tuya, ni la de él, sino la del vínculo.

Por eso, si llegas al punto en que el motivo de una pelea es decidir de qué color se pinta una pared o algún asunto relacionado con los temas de decoración y organización, vale la pena que intentes observar el conflicto desde fuera y te preguntes cómo es que esos dos que juntos superaron tantas pruebas y prometieron ser dos contra las que vinieran, ahora están siendo vencidos por el color de una pared.

La solución en términos prácticos será tal vez recordar la función del espacio que está siendo el centro de la discusión y elegir, der ser el caso, una decoración minimalista y en tonos neutros, centrada en la practicidad más que en la estética.

Servirá también recordar que no hay nada de qué preocuparse: al paso del tiempo eso que ahora es una casa compartida encontrará su manera de acogerlos y convertirse en hogar.

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